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La Modernidad, sobre cuyo inicio no existe consenso pleno, se caracterizó por elevar la racionalidad económica a principal criterio de la acción humana. Frente al dominio de las creencias espirituales y los dogmas religiosos del pasado, la promesa de la Modernidad fue develar la Razón y, con ella, abrirle camino a un Progreso material inédito para la humanidad. El sistema capitalista se constituyó en el mecanismo socioeconómico que permitió cumplir parcialmente esta promesa, expandiendo aceleradamente la productividad humana e incentivando un desarrollo tecnológico abrumador.

Aun así, el afán de lucro no ha logrado cubrir el complejo universo de las motivaciones humanas. Desde hace dos décadas, los estudiosos hablan del ascenso de la Posmodernidad para reflejar el masivo retorno a lo espiritual, lo metafísico, lo inmaterial. En este marco, ha crecido un renovado interés por las más diversas manifestaciones culturales como expresiones íntimas de la espiritualidad humana, libre, sensible y universalista.

Sin embargo, también el capitalismo ha visto en este creciente interés en lo espiritual una oportunidad de hacer “negocios”, expandiendo su lógica de la rentabilidad a la creación inmaterial. Desde las iglesias evangélicas que “venden” todas las fórmulas para la curación hasta los grandes conglomerados de la industria cultural, pasando por los empresarios de la predicción y la adivinación, se utiliza la necesidad muy humana de entretenerse, creer o transcender para lucrar y enriquecerse.

Sin embargo, no son pocas las personas y organizaciones que se involucran en el mundo cultural con el afán sincero de servir. Otilca es, sin lugar a dudas, una de estas organizaciones. Su vocación de servicio público se refleja en cada uno de sus programas, atravesados transversalmente por la práctica genuina de la Responsabilidad Social. En cada una de sus acciones, es patente la premisa de que el objetivo principal y superior de la organización es aportarle valor a sus destinatarios, lo cual se esfuerzan por cumplir incluso a costa de sus propios sacrificios, medidos no solo en términos económicos sino de tiempo y trabajo humano.

Si su misión no fuese aportar al desarrollo de la cultura regional sino lucrar, Otilca ya habría cerrado sus puertas. En medio de esta crisis, sus costos se han incrementado significativamente; conseguir los materiales básicos se ha vuelto un verdadero desafío; contar con patrocinios y apoyos, una entera odisea. Y sin embargo, allí siguen, dando una batalla silenciosa, día a día, por mantener sus niveles operativos y crecer.

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