
“Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… nos dejaron las palabras”. Con este pensamiento del poeta Pablo Neruda, quisiera expresar mi admiración y respeto por las letras latinoamericanas. Esas letras, que rellenan el costado de la vasija sedienta y víctima de la barbarie, pero bañada de gritos de independencia. Es como admirar la cima del Chimborazo y de repente escuchar aquellos delirios del Libertador. Reconocer en ellas; el fuego de Doña Bárbara, el viaje tierra-cielo de la Rayuela de Cortázar, revivir las cien soledades de García Márquez, amar con los 20 poemas de amor y en definitiva sumergirse, reír, llorar y morir, en un solo océano: el de las palabras.
No obstante, el peligro del olvido está presente. Las nuevas generaciones ven oscuras sus memorias, y a la vez, oscuras las páginas de los libros nuestros; los medios de información ayudan “sin querer queriendo”. Propongo que planifiquemos una sublevación literaria, que tenga como acción ir a los mausoleos, y con un cierto tipo de elixir Carpenteriano, resucitar a escritores y poetas, conformando un ejército cuyas armas sean las 27 letras del alfabeto castellano, y disparemos dardos de sabiduría en las conciencias somnolientas de los jóvenes.
Todo esto, con el fin de despertarlos a favor de un nuevo orden cultural. Sin duda, podríamos llamarla la revolución de las letras rebeldes. Aquí cabe recordar la frase de Freire: “No es en la resignación en la que nos afirmamos, sino en la rebeldía frente a las injusticias”. Para concluir, retomo el primer pensamiento y casi de inmediato pienso que el oro que nos dejaron los conquistadores es una especie de Chimborazo en forma de fusil. Tenía razón Neruda: “Que buen idioma el mío”.
Artículo escrito por Ángel Marino Ramírez para la revista OTILCA N°16.
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