En esta oportunidad, quiero referirles a través de este artículo, tal como dice Verschure, «nuestro cerebro evolucionó para actuar, y la música es acción». Si es así, ¿está nuestro cerebro especializado en producir música? La pegunta sigue sin respuesta, aunque, al menos es, en efecto, uno de sus lenguajes, para algunos, el nativo.
Hoy día, existen experimentos que han demostrado, que las personas con diversidad funcional visual de nacimiento sin ningún tipo de formación musical gozan de habilidades musicales esenciales (evaluadas mediante una prueba de traducción sonora), que se acompañan de una expansión de las áreas de la corteza que procesan tanto información auditiva como visual (detrás de la cabeza, por encima de la nuca) superior a las personas con capacidad visual normal o personas que perdieron la vista a lo largo de su vida.
Esta acción, permite entonces, demostrar que la música se convierte en el lenguaje de las emociones, esto debido a que existen un conjunto de códigos que el cerebro percibe mejor que las palabras. Esta apreciación generó las primeras pruebas que demuestran que el procesamiento musical en el cerebro es semejante a los procesos químicos que ocurren al consumir drogas o realizar conductas adictivas (como comprar compulsivamente) que aumentan los niveles de un neurotransmisor llamado dopamina, implicado directamente en la sensación de recompensa que nos incita a repetir ciertas conductas o a ansiar la droga.
Muchos investigadores han Tomado como base la presencia de escalofríos como medida fisiológica de «placer musical», lo que les permitió determinar que existen dos etapas en el procesamiento emocional de la música: la primera se observa alrededor de quince minutos antes del punto de mayor emoción. Durante esta fase de anticipación, se activan grupos de neuronas del núcleo caudado de los ganglios basales (unas neuronas de la base del cerebro) conectadas con regiones de la corteza dedicadas a generar predicciones sobre eventos futuros. En la segunda fase, se desatan los escalofríos, se activan los circuitos del núcleo accumbens del estriado (también en la base del cerebro). El cual se activa cuando alguien toma una sustancia adictiva como la cocaína.
Esto significa que al escuchar música hay un circuito de neuronas que reciben el estímulo y lo traducen en energía mecánica y a ésta, en energía eléctrica. Esos circuitos se encuentran en los lóbulos temporales, justo encima de los oídos, donde la energía eléctrica moviliza otras regiones del cerebro, como las áreas motoras del lóbulo frontal que se encuentran justo detrás de la frente, o los circuitos neuronales del sistema límbico que procesan estados emocionales.
Pues bien. Retomando a Zatorre, se comprueba que el sonido, ya sea rítmico o melódico, activa los circuitos del lóbulo temporal que procesan sonidos pero altera también la actividad de la corteza frontal de manera tal que las neuronas “hablan” cuando ejecutamos un movimiento. Los estímulos visuales en cambio, no son capaces de movilizar las áreas motoras de la corteza.
Artículo realizado por el Profesor César Mendoza para la Revista Otilca edición número 27