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Nueva foto Carlos RodriguesLa música y la política son dos expresiones aparentemente distantes del quehacer cultural humano. Lo usual es que sean considerados ámbitos tajantemente separados cuando no diametralmente opuestos: el músico trabaja en el universo armonioso de las artes y su búsqueda está centrada en la estética; por su parte, el político despliega sus actividades en el conflictivo entorno del poder, el cual constituye su valor supremo y su fin existencial. El primero fomenta y canaliza la expresión libre de las más íntimas sensibilidades y aspiraciones humanas; el segundo, intenta asegurar un mecanismo institucional que garantice la convivencia en ese marco de diferencias inevitables.

Sin embargo, las vinculaciones entre lo musical y lo político se tejen más allá de lo evidente. Se trata de una relación más estrecha, profunda y antigua de lo que se suele pensar, en la cual los dos ámbitos se han proporcionado influencias y aportes recíprocos:

  • La política como fuente y espacio de desarrollo musical: los grandes ideales políticos, como la justicia o la paz, han nutrido la inspiración de músicos, grupos e incluso géneros musicales enteros. Tal es el caso, por ejemplo, de la canción protesta latinoamericana, dirigida a cuestionar la desigualdad social y promover el cambio político, o del “punk” anglosajón, sustentado en la denuncia agresiva del orden industrial moderno y la promoción de ideas anarquistas. También la dinámica política común y sus situaciones coyunturales han servido de plataforma para la creatividad musical: a través de la gaita zuliana, por ejemplo, se ha expresado el reclamo ante la proliferación de la corrupción política o los vicios del centralismo estatal.
  • La música como instrumento de influencia y dominación política: visto desde el plano opuesto, la música ha servido de operador emocional de muchos mensajes políticos. El poder ha echado mano de la música como parte de su simbología de legitimación. En ese sentido, los himnos nacionales son elementos fundamentales del sustrato cultural de cualquier Estado-Nación, expresión de su identidad fundacional. Por otro lado, la música es una herramienta básica de cualquier sistema de comunicación política, sea en su dimensión institucional, partidista o, especialmente, electoral. Las campañas electorales constituyen despliegues organizativos pero también discursivos y, por lo tanto, musicales.

En esencia, la política y la música, si bien provienen de dimensiones diferentes de la actividad humana, confluyen alrededor de una misma materia prima: las emociones humanas. Nuestra dimensión emotiva es a la vez nuestra mayor gracia y nuestra mayor desgracia: con ella nos elevamos a las creaciones más sublimes y también con ella nos hundimos en los más profundos abismos. Leer Revista

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