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Reforma y Revolucion - Imagen Referencial

La Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX inauguró un formidable proceso de modernización tecnológica y crecimiento económico, pero también implicó una violenta sacudida de las estructuras sociales y fue causante de un impresionante aumento de la desigualdad social y de la proliferación de formas nuevas de explotación y dominación sobre un grueso sector de las sociedades.

Las consecuencias sociales del capitalismo depredador de esos años alimentaron el surgimiento de movimientos y organizaciones que, desde una perspectiva crítica, demandaban la transformación del sistema. La reforma y la revolución son, precisamente, los dos grandes paradigmas de la transformación social alrededor de los cuales se articularon las aspiraciones progresistas. Aunque inicialmente ambos surgieron del seno del pensamiento marxista, su evolución los ha distanciado.

La revolución implica, a grandes rasgos, la transformación profunda, abrupta, acelerada e integral del sistema social. Históricamente, las ideas revolucionarias han estado ligadas a movimientos y partidos de izquierda radical, cuyas tácticas políticas incluyen la sublevación, la subversión y otras formas más o menos violentas de toma del poder. La revolución se fundamenta en dos premisas principales: el sistema establecido es intrínsecamente injusto y explotador; por lo tanto, la única alternativa real de cambio consiste en la destrucción total del mismo y su sustitución por otro, basado en ideas y principios nuevos.

Por el contrario, la reforma parte de la premisa de que el sistema vigente puede ser mejorado, por lo cual se plantea introducir cambios que, aunque sean parciales, lentos y solo afecten algunas dimensiones del sistema, corrijan sus mayores o más visibles defectos. El ideario reformista se ha fortalecido ante los sucesivos fracasos históricos de los proyectos revolucionarios, anidándose en movimientos y partidos de izquierda moderada. Su principal estrategia es electoral, e implica la utilización de los espacios democráticos para obtener mayorías, conquistar poder institucional e implementar políticas progresistas.

Aunque ambos paradigmas han aportado, de distintas maneras, a la moderación de las peores tendencias del capital, lo cierto es que, históricamente, se han mostrado incapaces de implementar a cabalidad sus programas políticos, en buena medida debido a la impresionante fortaleza y capacidad de adaptación del sistema capitalista.

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