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Una investigación de la canaria Iballa Burunat basada en la música -concretamente en un tango- abre nuevas posibilidades en el estudio de las enfermedades neurológicas.

Iballa Burunat, antes de un trial en el escáner de resonancia magnética./

M. Gómez

¿Se ha preguntado alguna vez por qué al escuchar una determinada pieza musical se siente transportado a algún momento de su pasado como si lo estuviera viviendo por segunda vez? ¿Se ha sorprendido tarareando una melodía que no escuchaba desde hacía años? ¿Por qué la música tiene ese poder de evocación? ¿Por qué se adhiere a nuestra memoria con esa fuerza?

Este tipo de cuestiones rondaban por la mente de la canaria Iballa Burunat hasta que decidió dotarse de la formación suficiente para encontrarles una respuesta. Dio el salto desde su vocación de músico profesional hacia la neurociencia y en su exploración de la relación que une la melodía, el ritmo y la armonía con el cerebro humano -que también la llevó a instalarse en Finlandia- ha realizado algunos descubrimientos sorprendentes.

Introducirse en un escáner no es una experiencia agradable, pero puede que mejore si se hace para oír música. Eso es lo que hicieron los participantes en la investigación desarrollada por Iballa en el marco de su doctorado en Neurociencia y Música en la universidad finesa de Jyväskylä: se sometieron a este instrumento mientras escuchaban un tango -en concreto, “Adiós Nonino”, del bandoneísta y compositor argentino Astor Piazzolla-, un género caracterizado por sus motivos musicales bien diferenciados y memorables.

El registro de la actividad cerebral de los sujetos del experimento mostró un aumento significativo de la actividad del hipocampo en los momentos en que sonaban esas frases musicales recurrentes. Lo llamativo es que esa área del cerebro “se ha relacionado típicamente con la memoria duradera o a largo plazo, no a corto plazo”, explica la investigadora.

Este resultado plantea dos posibilidades “mutuamente no excluyentes”: que el hipocampo esté también implicado en la memoria a corto plazo, lo que significaría que los sistemas de memoria a corto y a largo plazo son menos independientes de lo que se creía hasta ahora, o que su respuesta a la música obedezca a la activación del sistema de recompensa ante estímulos placenteros, que asimismo reside en esta zona cerebral.

El estudio podría tener importantes implicaciones para el conocimiento y el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas que, como el alzhéimer, consisten en un deterioro del hipocampo, la estructura cerebral que se encarga de unirnos a nuestras memorias duraderas. “Tal vez la respuesta haya que buscarla en la naturaleza multidimensional de la música, que integra dinámica, ritmo, color tímbrico, contorno, armonía, melodía, forma, tiempo, e incluso espacio. Procesar y apreciar la música es un fenómeno complejo que activa extensamente corteza y subcorteza cerebral, y esta extensa implicación de diversas áreas es precisamente lo que podría facilitar la consolidación de una memoria. No deja de ser asombroso, un misterio”, dice Iballa Burunat, a la que los años dedicados a profundizar en la ciencia no parecen haber hecho disminuir su capacidad de maravillarse ante los enigmas que plantea la música.

El vínculo entre música y recuerdos es evidente, aunque “todavía no comprendemos qué mecanismos lo hacen posible”, precisa Iballa. “No cabe duda de que la música tiene una capacidad especial para evocar memorias autobiográficas de forma involuntaria: puede transportarnos en cuestión de milésimas de segundo a otros contextos, al igual que los olores, por cierto, ¡los grandes olvidados!”. De hecho, varios estudios muestran cómo las canciones suelen ser “resistentes al olvido” en pacientes de alzhéimer.

¿Y por qué el tango? “Cuantas más variaciones haya en la música -de ritmo, de instrumentos, de intensidad, de tonalidad-, mejor, y este tango reúne estas características. Si es una música demasiado plana o normalizada resulta difícil distinguir qué señales cerebrales ocurren en respuesta a los motivos musicales”.

La razón es que el tipo de análisis estadístico usado se basa en la covarianza, es decir, en qué medida el curso de las respuestas cerebrales en el tiempo coincide con el curso de las repeticiones motívicas de la pieza musical. Por tanto, la variación es crucial para detectar las áreas del cerebro asociadas con el fenómeno estudiado. La elección de músicos como sujetos se debe, por otra parte, a que estos “como expertos en el dominio musical, muestran respuestas a la música más claras y de mayor amplitud”.

La forma en que se efectuó el experimento es uno de sus rasgos distintivos. Los participantes no tenían que ejecutar ninguna tarea, solo escuchar la pieza de Piazzolla. Son “condiciones lo menos artificiales posibles”, entendiendo que el sujeto se encontraba en el escáner. Pero, como dice la investigadora isleña, “uno escucha música en cualquier sitio” y, pasados unos segundos, el molesto y repetitivo ruido de la máquina desaparecía para los sujetos, que solo escuchaban el tema musical.

Iballa Burunat reconoce que su relación con la música es “muy intensa”. Cursó estudios en los dos conservatorios de las Islas y tocó el violín en la Orquesta Clásica de La Laguna y en la Orquesta de la Zarzuela de Tenerife. Su dedicación a la investigación no le ha hecho abandonar esta faceta: en Helsinki tuvo un trío clásico y actualmente mantiene un dúo de jazz.

Cuando la curiosidad hacia los efectos de la música se incrementó, pasó de los libros de divulgación -comenzó por la obra del neurólogo Oliver Sacks- a la ciencia. “Siempre me pareció inquietante cómo una cierta sucesión de sonidos puede llegar a dominarnos emocionalmente, o enajenarnos rápidamente”, recuerda. Surgió la oportunidad de hacer un máster en Musicología Sistemática en Finlandia y no dudó en encaminarse hacia tierras escandinavas. Luego vino el doctorado, y ahora, sin tenerlo totalmente decidido, se plantea prolongar con un posdoctorado.

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