Los músicos deben prestar atención a la duración de cada nota, teniendo como referencia el pulso, que es la unidad métrica que define el tiempo de una obra. Cada una de estas pulsaciones debe ser contada en la mente del instrumentista mientras ejecuta su instrumento. Einstein comenzó a ver clases de violín cuando tenía unos cinco años, no se mostraba interesado al principio, pero una vez que se encontró con las sonatas para violín de Mozart, se enamoró de la música. Poco tiempo después, tocaba acompañado por su madre en el piano, para él, la música de Mozart era “pura y hermosa, es un reflejo de la belleza interna del universo mismo”. En su adolescencia, Einstein resaltó como el más talentoso de los nueve violinistas en su clase. Uno de sus compañeros comentó sobre su interpretación de una sonata de Mozart: “¡Cuánto fuego había en su presentación!”. Una vez, mientras tocaba la parte del primer violín en una obra de Bach, su encantador tono e incomparable ritmo sorprendió al segundo violinista, quien le preguntó _¿Cuentas los tiempos? a lo que Einstein respondió sorprendido -_¡Cielos, no; lo llevo en la sangre!
Bach y Mozart eran los compositores favoritos de Einstein, él amaba la claridad de la estructura arquitectónica de su música, que parecía dibujada por el cosmos, en lugar de ser compuesta por la mano humana. Su amor por la música, especialmente por la de los autores anteriormente mencionados, reflejó su total admiración por la armonía del universo. A pesar de sus raíces judías, y pese a la creencia popular, Einstein en realidad no era religioso: “Yo no trato de imaginar a un Dios personal, es suficiente pararse asombrado ante la estructura del mundo, mientras este permita a nuestros inadecuados sentirlos apreciarlo”. A pesar de esto, para él “la música, la naturaleza y Dios, se encuentran entremezclados en emociones, y unidad moral”. Si pensamos en Dios como la suma de todas las leyes del universo, y no como un padre protector que vela por nosotros, la relación que planteaba Einstein entre la naturaleza, la música y la moralidad, resulta fascinante.
La música le dio a Einstein una conexión entre el genio creativo de los grandes compositores, y lo que el percibía como el sentido de armonía subyacente en el universo. La belleza de la armonía en la música, así como en la física, lo llenaron de admiración. Para Einstein, la música era parte de su proceso analítico y creativo. Hans Albert dijo: “Cuando él sentía que había llegado al final del camino, o se encontraba frente a un difícil reto en su trabajo, tomaba refugio en la música, y eso resolvería todos sus problemas”. Einstein tocaba frecuentemente el violín en las noches, improvisando melodías mientras analizaba problemas, de pronto exclamaba: ¡Lo tengo! Como si por inspiración, la solución hubiera llegado a él a través de la mística de la música.
En la Manhattan de 1993, para reunir dinero para los refugiados judíos de Europa, Einstein tocó el concierto para dos violines en Re Menor, de Bach, y el cuarteto en Sol Mayor, de Mozart. Mientras tocaba el cuarteto junto a Fritz Kreisler, el gran violinista, ambos perdieron la sincronía. Kreisler se volteó a Einstein y desesperado le preguntó: “¿Qué pasa, profesor? ¿No sabe contar?”.
Artículo escrito por Isaías Subero para la Revista Otilca N°12
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